La enfermedad mental: un enemigo invisible

Unos años atrás, cuando regresaba de Tennessee del viaje de graduación de mi hija Jasmin, el carro de Samuel, mi hijo menor, venía con un ruido en uno de los neumáticos. Ese ruido había estado ya por varias semanas, y él aludía que el ruido provenía de uno de los guardafangos que estaba medio suelto. Samuel lo trataba de ajustar un poco, y entonces el ruido se reducía un poco.

Estábamos regresando a Miami, y eran alrededor de las 10:00 PM de ese domingo de graduación. Corríamos por la ruta desértica de la I75, cuando, de momento, escuchamos un ruido agudo: uno de los neumáticos traseros del auto se había ponchado.

Rápidamente logré arrimar el carro a la orilla y, para mi sorpresa, descubrimos que el guardafangos que pensábamos no era problema.

Cuando quitamos la rueda para poner la de repuesto, fue cuando realmente entendimos cual era el origen del ruido: el neumático trasero estaba dañado, y nosotros no lo sabíamos. Por un lado, se veía muy bien. Es más; hacía un año que yo le había puesto cuatro neumáticos nuevos al carro pero, como el problema estaba en un área no visible, fue entonces cuando vimos el neumático explotado. Habíamos estado corriendo con una bomba de tiempo, pensando que el ruido que escuchábamos venia de otra fuente.

El problema que yo tuve con mi neumático es un ejemplo de muchos que tiene el ser humano. Conflictos que son una bomba de tiempo, porque no estamos conscientes de la magnitud de la situación: a menos que descubra y conozca la fuente, usted no podrá estar a salvo de las repercusiones de ese problema.

La enfermedad mental es un enemigo invisible

Hoy les quiero hablar de algo que está haciendo ruido en nuestra sociedad, y muchos no saben de dónde viene ese sonido, ni como atender ese problema. A este ruido yo le he llamado la enfermedad invisible. Invisible, porque no se habla de ella, y no se ve a simple vista.

Hay un estigma alrededor de esta enfermedad, que ha llevado a muchos a esconder su cabeza, como un avestruz en la arena y, si no se atiende el problema, tampoco sabremos cómo lidiar con el mismo. Les estoy hablando de las enfermedades mentales: esta semana estaremos tratando en nuestro blog sobre crisis, salud mental y Cristo. Mi objetivo con el blog de esta semana, es que usted pueda crear conciencia sobre estas enfermedades, y reciba herramientas prácticas para atender la enfermedad invisible en su comunidad.

Recientemente se ha hecho más conciencia en nuestra sociedad, sobre la importancia de ayudar a las personas que sufren de enfermedades mentales. Muchos están abogando por esta condición, especialmente los autores Fuller Torrey y Judy Miller, en su libro “La Plaga Invisible. Ellos dicen lo siguiente:

“Imagine una epidemia que no mata rápidamente a un gran porcentaje de los afectados, sino que lentamente mata al 15% por suicidio. Imagínese una epidemia tan insidiosa e insinuante que, dos siglos después de haber comenzado, apenas se nota, mezclada en el tejido de la vida de las personas, que unas cuantas personas inteligentes incluso niegan que la enfermedad existe. Imaginemos una epidemia que afecta a más de 4 millones de estadounidenses, la mayoría de ellos en la flor de la vida, y que seguirá afectando a más de uno de cada cien personas nacidas, pero que no es reconocido como un problema de salud pública importante y es ignorado en gran medida por los funcionarios que supervisan la salud de la nación. Esta es la epidemia de las enfermedades mentales.” (Págs. 2-3)

Esto fue escrito en el año 2001. Si ellos vieron las enfermedades mentales como una epidemia social en aumento en este país en aquel momento, ahora esta crisis tiene proporciones astronómicas. Usted no tiene idea de las estadísticas que tenemos hoy en día. El problema es que, si esta plaga está en aumento en la sociedad, esto mismo incrementará en nuestros círculos religiosos.

La iglesia es el primer lugar donde llegan las personas con problemas en busca de refugio pero, cuando llegan a ella, muchas veces los líderes de la misma no saben lidiar con esos problemas, por los estigmas que existen y la falta de información que hay sobre este tema.

Estadísticas sobre las enfermedad mental

Veamos algunas estadísticas:

  • Todos los años, 1 de 5 personas en América, sufre de una enfermedad mental (NAMI).
  • Entre un 15-25% de la población, sufrirá de alguna enfermedad mental en algún momento de su vida.
  • 59% de los pastores han aconsejado a alguna persona que en algún momento ha experimentado una enfermedad mental.
  • 27% de las personas que asisten el sábado a la iglesia, están lidiando con enfermedades mentales, ya sean ellos mismos o sus familiares (Rogers, Stanford, Garland. Mental Health, Religion & Culture, 2011).
  • El 22% de los pastores se muestran reacios a involucrarse con aquellos que tienen enfermedades mentales agudas, debido a que en experiencias anteriores les hicieron perder tiempo y recursos.
  • 23% de los pastores indican que ellos han estado luchando personalmente con alguna forma de enfermedad mental.
  • 49% de los pastores raramente hablan en sus sermones de las enfermedades mentales.
  • El 90% de los pastores, 74% de los individuos con enfermedades mentales agudas, y el 85% de los miembros de su familia, están de acuerdo en que las iglesias locales tienen la responsabilidad de proporcionar recursos y apoyo a las personas con enfermedades mentales y a sus familias. (LifeWay Research, 2014).

Estas estadísticas reflejan un estigma que existe en nuestra iglesia; podemos hablar sin ningún problema de las enfermedades cardiovasculares, respiratorias, del cáncer y hepatitis, pero cuando vienen las enfermedades que tienen que ver con el cerebro, hacemos silencio por el tabú que existe alrededor de este tema.

Recientemente hablé con un amigo de una conferencia, y me contaba que en un momento de su vida, experimentó un trauma muy agudo que lo llevó a padecer un desorden de estrés postraumático (Post Traumatic Stress Disorder). Fue a buscar ayuda profesional, y lo diagnosticaron con PTSD. Con lagrimas en sus ojos, me dijo no podía continuar con su tratamiento, porque los administradores de mi organización y sus compañeros de trabajo se iban a enterar del diagnóstico. El no quería que su imagen se viera afectada, y decidió sufrir en silencio.

Un hermano de la iglesia vino a mí, y me dijo: “quiero divorciarme de mi esposa porque tiene una enfermedad mental y, para la vida que he llevado con ella, creo que tengo derecho de divorciarme y volverme a casar”.

“Si tu esposa hubiera tenido cáncer, en vez de una enfermedad en el cerebro, ¿te hubieras divorciado de ella?” Le pregunte, y él me dijo que no; que las enfermedades mentales son diferentes, y que no hay quien soporte a una persona con este tipo de condición mental.Como cristianos, estamos llamados a aceptar a las personas marginadas o estigmatizadas, pero muchos encuentran esto difícil de llevar a cabo, especialmente cuando tiene que ver con personas que tienen enfermedades mentales.

Muchas personas con problemas emocionales, sufren discriminación en nuestras iglesias porque, como pastores y líderes, no estamos preparados para lidiar con la enfermedad silenciosa. Esa reacción, muchas veces es el
producto del miedo y la falta de conocimiento al respecto. Dios nos llama a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mt 22, 36-40); ese prójimo puede ser un hermano de la iglesia que se sienta a nuestro lado, y que sufre disimuladamente su enfermedad silenciosa.

Te pregunto, ¿te has sentido marginado o discriminado en algún momento por algún trastorno mental que has experimentado? Te invito a compartir tu experiencia conmigo: escríbela en la sección de comentarios de este blog, y ayúdame a eliminar el estigma que existe sobre las enfermedades mentales.

Inseguridad en el amor

Cuando hablamos de la base desde la que funcionan nuestros afectos, fácilmente podemos pensar en que las experiencias que una persona ha vivido en su infancia determinan los anteojos a través de los cuales percibe la vida y las relaciones interpersonales que forma en ella. Pero ¿qué tan importantes son las experiencias afectivas tempranas que vivimos en el proceso de desarrollar inseguridad en el amor?

Partamos desde el concepto del Apego. ¿Qué es el apego? Son las conductas que tienen como resultado el que una persona obtenga o retenga la proximidad de otro individuo diferenciado y preferido. Se destacan la importancia de las relaciones tempranas con los padres o con los cuidadores primarios; esto es, con las figuras de apego, como elemento crucial en la formación de rasgos de la personalidad dependiente. En algunos casos, las personas no establecen estilo de apego seguro y pueden establecer relaciones de dependencia con los demás. Dichas relaciones crearían en la persona una sensación de inseguridad, pues su familia de origen y su hogar no constituyen la base segura de amor, cuidado y atención que necesitaron durante su formación y crecimiento. Es aquí en donde se determina la base de un apego seguro o inseguro, y de ello dependerá la forma de percibir y desarrollar las relaciones interpersonales de un individuo.

Cuando el infante ha recibido cariño desde que está en el vientre de su madre, se le ha hablado con amor, con palabras de ánimo, cuando luego de nacer puede disfrutar de los toques de amor de sus padres, abrazos, se satisfacen sus necesidades, recibe atención cuando la necesita, cuando se le brinda consuelo en sus momentos de ansiedad o tristeza, cuando cuenta con sus padres siempre que lo necesite; cuando sus necesidades afectivas son satisfechas, el infante formará un apego seguro hacia sus cuidadores primarios y tendrá una base sólida para construir sus relaciones interpersonales futuras. Esto sucede porque sus conceptos del amor y de lo que significa interactuar con las demás personas están claros y posteriormente, en su vida adulta, la persona podrá disfrutar de relaciones interpersonales sanas, en las que puede sentirse feliz, pleno y amado.

Cuando sucede lo opuesto: cuando desde su vida en el vientre el bebé siente que es rechazado, que no es amado ni esperado; cuando nace y no recibe las suficientes muestras de amor, palabras de afecto, caricias; cuando llora y no es atendido(a), sus necesidades no se satisfacen, cuando pasa dificultades teniendo una mala comunicación y/o relación con los padres o cuidadores primarios, el apego que formará será un apego inseguro. Experimentará inseguridad en el amor. No se sentirá amado(a), apoyado(a), sentirá que sus necesidades no son importantes, que sus demandas de cariño son ilógicas y sin fundamento, que debe buscar el valor propio en otras personas, pues no le ha sido dado, sentirá que debe buscar aumentar su autoestima a través de la aprobación y admiración de otros, no sabrá cómo establecer una relación interpersonal sana; no sabrá enfrentar y resolver los problemas que le surjan de forma efectiva; sus conceptos y pautas para una vida en pareja o familiar estarán distorsionadas por esa realidad de la que fue víctima en su infancia temprana.

Como podemos ver, son dos escenarios totalmente diferentes, en los que una persona que ha formado un apego seguro desde su infancia podrá establecer relaciones interpersonales sanas desde una base de inteligencia emocional, amor, felicidad, entendimiento, autoestima elevada y valor propio; y el otro escenario en el que la persona tiene una base de inseguridad, temor, ansiedad, miedo al abandono, a que sus necesidades no sean atendidas, a no ser comprendida, en el que funcionará desde la manipulación, la dependencia emocional y la búsqueda de la aprobación de las demás personas para conseguir ese valor que no se da a sí misma, el nivel de autoestima que tanto necesita, el amor que tanto anhela pero no sabe cómo conseguirlo.

Cuando una persona tiene como base el apego inseguro se siente vacía o con sus necesidades emocionales insatisfechas, tratará de llenar ese vacío interior a través de una relación con otra persona, no sabrá estar sola en su mundo interno; estará llena de inseguridad; buscará que esa relación interpersonal que ha establecido – con un amigo(a), consejero, pastor de iglesia, familiar, novio(a), esposo(a)- le haga sentir el amor y la seguridad que sus experiencias del pasado no le han brindado. El problema surge cuando el miedo al rechazo, a no ser aceptado(a) por los demás, a no ser amado(a), domina el actuar de la persona y distorsiona los conceptos fundamentales de las interacciones humanas saludables.

No es una tarea fácil analizar nuestras propias relaciones interpersonales desde “afuera”, siendo objetivos, pues para ello necesitaríamos profundizar y visitar espacios internos de nuestra memoria que almacenan recuerdos dolorosos sobre experiencias del pasado que nos marcaron y que determinaron nuestra percepción de la amistad, el amor, el apego y todas las bases de una relación sana. Pero, para poder superar los efectos y consecuencias del apego inseguro debes primero entender qué es el amor desde el punto de vista de Dios, en 1 Juan 4:18 leemos: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”.

En el amor verdadero, no hay cabida para el temor o el miedo. Debes aceptar y entender que debes amarte a ti mismo(a) como Dios te ama: con amor infinito, constante, incondicional.  Ámate a ti mismo(a) tal como eres, ama tu esencia para que puedas ver plenamente quién eres y quiénes son los demás en realidad. Valórate a ti mismo(a) para que no busques tu valor en la otra persona y manifiestes inseguridad. Trabaja en las carencias emocionales que puedas identificar: si tienes algún rencor u odio hacia alguien de tu pasado, pide a Dios que te ayude a perdonar a esa persona y a superar lo que te hizo vivir y a entender que no debes buscar solucionar las cosas del pasado buscando la aprobación en el presente; si te sientes abandonado(a) comprende que Dios siempre ha estado contigo y siempre lo estará, Él te acepta como eres y te ayudará a valorarte por quién eres; ama sin esperar que te correspondan de la misma manera, no todos amamos con los mismos lenguajes; no busques en otras personas las cualidades que no consigues en ti mismo(a), trabaja para mejorar y brindar lo mejor de ti, no buscando que aprueben cada cosa que hagas.

Dedica tiempo para ti mismo(a), no te descuides ni te pierdas al tratar de cubrir las expectativas de otros, no desaparezcas en lo que eres tratando de complacer a tus amigos, a tu pareja, esposo o esposa, compañeros de trabajo, hermanos de iglesia, pastores… nadie; ten una relación sincera y verdadera con Dios. De esta manera, podrás llenar los vacíos que tienes en tu interior y podrás amar y ser amado(a) como Dios ha querido que seas desde el momento en el que te creó.

Ora a Dios y pídele que transforme tu corazón, que rompa tus esquemas y preconceptos basados en el miedo. Ama sin esperar recibir nada cambio, fortalece tu amor y valor propio para que puedas establecer relaciones interpersonales de felicidad y amor, plenas.