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¿Cómo ministrar con una identidad quebrantada?

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Esta es la pregunta que nos hacemos ante una crisis como la que estamos enfrentando, ¿Cómo sobrevivir? ¿Cómo levantarnos? ¿Cómo cumplir con el llamado que Dios nos ha hecho? ¿Cómo rescatar a mi familia y ayudar a mi iglesia cuando tengo la identidad quebrantada?

 

Todos tenemos una historia, una historia triste. Todos estamos heridos. Tenemos heridas emocionales, físicas o espirituales.

 

Me gusta la pregunta que hace Henri Nouwen en su libro “El Sanador Herido (The Wounded Healer)”. La pregunta principal no es «¿Cómo podemos ocultar nuestras heridas por miedo a la vergüenza?» Sino «¿Cómo podemos poner nuestras heridas al servicio de los demás?»

 

Esto es contrario a todo lo que se nos ha enseñado en el seminario en los últimos años. Hemos sido alterados para esconder nuestras heridas, lo que nos produce vergüenza. Y se nos ha motivado a presentarnos como seres infalibles que están por encima del dolor de aquellos que servimos. Decimos, “mi familia no puede saber que sufro porque tengo que estar fuerte para ellos. Mis feligreses no pueden saber mi historia de dolor y vergüenza porque voy a perder influencia en ellos. Mis líderes en la Conferencia no pueden saber que tengo problemas en mi salud mental, que estoy deprimido, ansioso, con ataques de pánico. Tengo que ocultar mi historia, mis heridas”.

 

Hoy yo te desafío con ese concepto y presento algo revolucionario. Yo puedo reescribir mi historia de vergüenza. Mi historia de heridas, traumas, agotamiento y problemas en mi salud mental no necesita ser escondida. Mi historia no tiene que continuar siendo una historia de vergüenza. Jesús murió en la cruz para que aquello que me produjo vergüenza pueda ser usado por Dios como una fuente de sanidad para los que me rodean.

 

Jesús es el sanador de heridas humanas enviado por Dios: por sus heridas somos sanados. El sufrimiento y la muerte de Jesús trajeron alegría y vida. Su humillación presentó gloria; su rechazo presentó una comunidad de amor y gracia. Como seguidores de Jesús, también podemos permitir que nuestras heridas sean una fuente de sanidad para otros.

 

De la misma forma como el Padre envió a Jesús con una misión para que a través de sus heridas otros puedan recibir sanidad, Jesús nos envía, como dice Juan 20:21, para que a través de nuestras heridas otros puedan salir de la vergüenza producida por sus historias, heridas y pueden alcanzar la sanidad.

 

Encontré una vieja leyenda en el Talmud que puede ayudarnos a entender este concepto:

El rabino Yoshua ben Levi se encontró con el profeta Elías mientras estaba de pie a la entrada de la cueva del rabino Simeron ben Yohai. . . Le preguntó a Elías: «¿Cuándo vendrá el Mesías?»

Elías respondió: «Ve y pregúntale tú mismo». «¿En dónde está Él?»

«Sentado a las puertas de la ciudad». «¿Cómo voy a reconocerlo?»

«Él está sentado entre los pobres, cubierto de heridas. Los pobres que están a su lado desatan todas sus heridas al mismo tiempo y luego las vuelven a vendar. Pero Él las desata una a una y las vuelve a vendar, diciendo: ‘Quizás alguien necesita de mí: y si es así, debo estar siempre listo para no demorarme ni un momento en ayudar a otros vendar sus heridas.»

 

El Mesías, nos dice la vieja leyenda, está sentado entre los pobres, vendando sus heridas una a la vez, siempre listo para el momento que pueda ser llamado a servir . Lo mismo ocurre con nosotros, primero tenemos que sanar nuestra identidad quebrantada para estar listos y ayudar a otros.

 

Dios nos ha enviado para primero trabajar con nuestras heridas, con una identidad quebrantada, y luego, ayudar a otros a vender sus heridas.

 

¿Cuál es el proceso para vender mis heridas y estar listo para ayudar a otros a vender las suyas? Hago la pregunta porque no puedes ayudar a otros a sanar sus heridas si primero no has trabajado en ti, sanando tu identidad quebrantada.

 


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