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Tu estilo de apego determina tu forma de amar

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Tu estilo de apego determina tu forma de amar. Veamos cómo:

Pongamos como ejemplo a Joaquín. Él era un hombre de 35 años, viudo y sin hijos. Acudió a la consulta buscando ayuda profesional para superar un cuadro depresivo.

Comenzaremos con entender la relación que tenía con sus padres, específicamente con la madre. Joaquín era el menor de cinco hermanos. Su padre había fallecido hacía cinco años y Joaquín estaba distanciado de su madre. Los recuerdos que tenía de su infancia en su hogar le eran difíciles de procesar. Aunque Joaquín era el hijo favorito de su padre, él nunca sintió el afecto, el cariño y el amor de su madre. A pesar de que ella siempre estuvo presente físicamente (le cocinaba todos los días y lavaba su ropa), pero nunca le dio un abrazo, ni le dijo que lo amaba. Siendo que su padre estaba más tiempo fuera del hogar por asuntos de trabajo, Joaquín creció desarrollando un estilo de apego inseguro hacia sus padres, especialmente hacia su mamá.

El problema de Joaquín no era solamente el distanciamiento de su madre; sus hermanos tampoco le daban espacio en el hogar. Ellos eran mucho mayores que él, y no les gustaba que fuera el hijo favorito de su padre, así que se produjo un distanciamiento entre ellos, lo que contribuyó a hacerle sentir un vacío emocional que lo acompañó hasta su adultez. Fue maltratado, y sufrió acoso por parte de sus hermanos, al punto que en algunas ocasiones cuestionó su existencia en este mundo, y pensó en quitarse la vida. Se sentía desencajado de todos los que le rodeaban.

Joaquín ahora es una persona adulta, tiene serios problemas de depresión que le afectaron negativamente mientras estuvo casado, y lo siguen afectando en el presente. Siente que ni siquiera Dios lo ama, ya que si es realmente bueno como dicen, ¿por qué no ha intervenido en su vida? Como no siente el amor de Dios, tampoco puede sentir el amor de las personas que lo rodean. Su depresión se activó cuando perdió a su esposa en un accidente, y desde entonces comenzó también a cuestionar a Dios por su pérdida. También tiene problemas para desarrollar sus proyectos de vida, no se siente realizado, es una persona insegura y no sabe cómo mantener relaciones, especialmente con las personas del sexo opuesto.

El problema principal de Joaquín tiene su origen en la falta de amor que experimentó en su niñez mientras desarrollaba su estilo de apego con sus padres. El daño emocional es casi irreparable cuando un niño no recibe un apego seguro, cargado de amor y cariño. Es poco probable estar satisfecho con la vida cuando en el hogar no se recibe seguridad. Así lo demostró un estudio de huérfanos rumanos abandonados en orfanatos, estos fueron rescatados y adoptados por padres amorosos con buena posición económica, y a pesar de establecer un contacto amoroso con los padres adoptivos, y mejorar su calidad de vida, el contacto con los demás seguía siendo superficial y quebrajoso.

En referencia a los padres de Joaquín, está claro hasta aquí que ellos no modelaron en su hijo lo esencial, que era conocer el verdadero amor. Él creció con un amor limitado, sin sentirse amado, por tanto, no sabía expresar sus sentimientos en sus relaciones. En su hogar comenzó a sentirse fuera de lugar. Desde el vientre de su madre Joaquín comenzó a desarrollar una carencia afectiva. Desafortunadamente, esta primera interacción madre-hijo se mantendrá durante toda la vida, y es a lo que llamamos apego. Es, sin duda, un mecanismo natural a través del cual nosotros buscamos seguridad.

El plan original de Dios fue crearnos en continua dependencia con nuestros cuidadores durante los primeros años de vida. Dependemos de un cuidador que nos defienda de diversas amenazas, hasta tener las habilidades suficientes para vivir en el mundo. Este hecho demuestra la importancia que Dios le da al amor entre nosotros. Cuando niños, el apego nos sirve para protegernos en situaciones amenazantes; como una enfermedad, o una caída, en las peleas con otros niños, o en la separación de nuestra madre. Lloramos para reclamar la atención y demandar afecto mientras no podemos hablar.

En definitiva, tu estilo de apego determina tu forma de amar. Amar es algo que se aprende, es una habilidad que toda persona puede tener, nadie nace con esa condición. Se aprende esta habilidad por el apego. Los sentimientos de amor que se manifiestan, por ejemplo, en una sonrisa, un gesto de aprobación, o una caricia, provienen de una respuesta aprendida en nuestras relaciones con los demás. Cada quien tiene su forma de definir lo que es amor, ya que este surge de la suma total de lo que hemos vivido, y de la manera como lo hemos vivido. Esta manera personal de amar la aprendemos de lo que observamos en nuestros padres o cuidadores.

El panorama emocional no es alentador para una persona que ha sido abandonada por sus padres, y que además ha recibido maltrato y hasta abuso de cualquier índole. Esta condición determina su forma de comportarse, lo que vaticina poco éxito en las relaciones que irá estableciendo a lo largo de su vida. El cerebro de un niño que está en evolución, que es moldeable, está ávido por absorber experiencias, pero sufre cambios cuando es sometido a atropellos. Aquí encaja lo que le sucedió a Joaquín. Él no aprendió a amar ni a sentirse amado en su hogar. Creció sintiéndose inseguro, poco valorado, sin el amor que otorga sentirse aceptado por los seres queridos. En muchas ocasiones reprimió sus emociones, aparentó sentirse cómodo, feliz… mostrando algo opuesto a lo que realmente sentía: soledad, inconformidad y malestar.

El peor de los males en un niño sucede cuando las circunstancias lo obligan a disfrazar sus sentimientos de soledad o desamor, esto genera en su mente culpa por no sentirse correspondido. En una mente infantil, lo lógico sería pensar: «mis padres no me quieren porque yo no soy bueno». Además, para colmo de males, el no cumplir con los requerimientos impuestos por los demás, los hace sentir avergonzados. En el caso de Joaquín, el abandono lo llevó a sentir un malestar hacia los demás, lo que le impidió alcanzar su potencial para el cual fue creado: Amar.

Sin embargo, hay buenas noticias. Nuestro cerebro es flexible, está en constante cambio. Aprendemos de las circunstancias nefastas, sacando la fuerza necesaria para sobreponernos. La fortaleza que tiene una persona para superar situaciones traumáticas, como la muerte de un ser querido, un accidente, una pérdida física o emocional, está guardada en su interior; le aparece cuando las circunstancias la obligan. Tenemos un cerebro flexible que está dispuesto a superar obstáculos. La buena voluntad, la certeza en Dios, la intención de que las cosas funcionen, crea nuevas conexiones cerebrales. El funcionamiento cerebral se pone en marcha con los pensamientos positivos: la esperanza, la fe, la buena voluntad, el perdón y los desafíos con las relaciones de confianza que perduran en el tiempo.

Joaquín pudo aprender a ser una persona resiliente. Aplicando un enfoque basado en el avance tú puedes decir: “He terminado una etapa de mi vida y ahora debo centrarme en mí. No busco culpables, pienso aprender de lo vivido y voy a seguir adelante”. Te desafío hoy a que te digas: “Me niego a ser víctima de las circunstancias”. Decir ¡no! a continuar alimentando ese dolor que te hace cautivo. Pensar bien, sería tener en cuenta que la humanidad ha sobrevivido a una diversidad de adversidades, y, sin embargo, ha rehecho su vida y ha conseguido ser feliz a pesar de todo.

En nuestro interior hay una fuerza mental llamada resiliencia, que puede borrar en cualquiera, ese rol de víctima para alzarse como la persona que somos de verdad: alguien fuerte, que puede ser feliz de nuevo. Es necesario decir que dentro de nosotros está claramente el deseo de ser feliz; el poder de Dios que nos empuja a permanecer atado al hilo de la vida para ser felices. En base a este deseo se toman todas las decisiones.

Tal vez tú eres esa persona como el Joaquín de la historia que a sufrido a lo largo de la vida porque sus padres no le enseñaron el poder sanador del amor. El único camino que te queda, es seguir viviendo, a pesar del contratiempo que te ha tocado, y para esto, debes verte a ti mismo como un ave fénix, que es capaz de renacer de sus cenizas y nunca como una víctima desesperanzada. Levántate y aprende a amar cambiando tu estilo de apego.

 

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