Las situaciones que vivimos en nuestra infancia nos marcan para bien o para mal. Estas marcas perduran durante toda la vida. Si nuestros padres o familiares nos han causado un trauma emocional, o si pertenecemos a una familia disfuncional, habrá de nosotros el aprovechar dichas experiencias y utilizarlas como impulso para hacernos un cambio en nuestras vidas y no seguir los patrones de conducta que vimos en nuestros hogares de origen.
Incluso, si miramos hacia atrás, hacia nuestro pasado, nuestra infancia, descubriremos alguna situación interpersonal o trauma emocional que afecto directamente en quienes somos hoy en día.
Cómo nos afecta el trauma emocional
De acuerdo con Horney, la ansiedad básica (y, por lo tanto, también la propia neurosis) podría ser el resultado de una variedad de situaciones interpersonales críticas vividas a una temprana edad, entre ellas:
«… la dominación directa o indirecta, la indiferencia, el comportamiento errático, la falta de respeto por las necesidades individuales del niño, la actitud despectiva, el exceso de admiración o la ausencia de ella, la falta de afecto fiable, tener que tomar partido en los desacuerdos de los padres, demasiada o muy poca responsabilidad, la sobreprotección, el aislamiento, la injusticia, la discriminación, las promesas no cumplidas, un ambiente hostil, y así sucesivamente….» (Horney, 1945).
A lo largo de su obra, Horney describe 10 necesidades neuróticas que pueden clasificarse en tres grandes categorías:
- Necesidades que nos mueven hacia los otros.
Estas necesidades neuróticas provocan que los individuos busquen la afirmación y la aceptación de quienes los rodean. Podrían categorizarse como dependientes, ya que buscan de manera constante y desproporcionada la aprobación y el afecto. - Necesidades que nos mueven lejos de los demás.
Su característica principal es el llamado “desapego neurótico”. Estos individuos son a menudo descritos como fríos, indiferentes y distantes. Podrían llegar a categorizarse como esquizoides. Según la propia Horney, “tienen la íntima necesidad de poner una distancia emocional entre ellos y los demás”. - Necesidades que nos mueven en contra de los otros.
Estas necesidades neuróticas dan lugar a la hostilidad, el comportamiento antisocial y la necesidad de controlar a otras personas. Son individuos a menudo descritos como difíciles, dominantes o tóxicos.
Las tres categorías
Las personas bien adaptadas utilizan las tres categorías de un modo equilibrado, cambiando el enfoque en función de diversos factores internos y externos. Pero, para las personas que crecen en un hogar disfuncional, cuando percibieron que no era seguro expresar sus verdaderas emociones hacia las personas que estaban produciendo esas heridas, las estrategias que usaron para defenderse contra esas personas fue desquitarse expresando su ira contra personas que consideraban más débiles que ellos.
La otra alternativa fue, devaluándose a sí mismos, como una persona sin valor y merecedora del castigo que recibían. Muchas veces esta fue la acción que apoyaron sus padres, quienes les dijeron que todo eso fue hecho para su propio bien (Miller, 1993).
¿Qué aprendemos de la terapia de Gestalt?
La terapia de Gestalt habla sobre el mecanismo de defensa de retroflector, en el que el retroflector se hace a sí mismo lo que le gustaría hacer a los otros. El retroflector es el peor enemigo de sí mismo.
En lugar de redistribuir sus energías para lograr actuar en el ambiente o promover un cambio en él y manejar la situación de modo que satisfaga cierta necesidad, dirige la actividad hacia sí mismo y se sustituye por el ambiente como blanco de conducta, haciéndose a sí mismo lo que le gustaría hacer a otro. Dirige su energía de forma equivocada, convirtiéndose en el objeto de su acción en lugar de serlo el entorno.
Si este es tu caso, la verdad es que no tenías a alguien que entendiera cómo te sentiste o que te ayudara a validar tus emociones. Te sentiste como un forastero en tierra extraña. Como resultado, reprimiste tus emociones, y, tus heridas permanecieron sin sanar hasta que llegaste a ser adulto.
Transmisión intergeneracional de un trauma emocional
Cuando llegaste a una edad adulta trataste entonces de sanar estas heridas buscando con esperanza, finalmente, establecer una relación con alguien que entendiera y te ayudara a sanar estas heridas. Pero, como el proceso no es algo consciente y además no puedes controlar a la otra persona de la forma en la que te gustaría hacerlo, terminaste sin recibir la sanidad emocional.
Si todo este esfuerzo por recibir la sanidad no es excesivo, tal vez sea porque te rendiste y trataste de resolver el trauma emocional enfocándolo hacia tus niños o personas que ves más débiles que tú y que son fáciles de controlar. Y ahora, sientes que puedes hacerles daño a ellos lo que te hicieron a ti, pero no sientes culpabilidad porque no estás consciente del trauma que tienes. Quizás tratas a tus hijos de la misma forma en la que te trataron a ti, pensando que todo está bien. Como dice el adagio: no puedes arreglar algo hasta que no sepas cómo fue que se rompió.
Si este es tu caso, puede que mientras no reconozcas o entiendas los efectos nocivos de lo que te hicieron tus padres o familiares en tu infancia, estarás destinado(a) a repetir los mismos actos crueles que aprendiste, sin verlos como tal. En su lugar, tratarás de defender o justificar tu comportamiento, como lo hicieron tus padres, alegando que eran necesarios para que crecieras y fueras como ellos. De esta forma se transmiten de generación en generación el trauma emocional que produce disfuncionalidad en nuestras familias.
¿Conoces algún otro mecanismo de defensa de las víctimas de una crianza disfuncional? Compártela con nosotros en la sección de comentarios y así podremos ayudar a otros a reconocer otras manifestaciones de las heridas emocionales. Dios te bendiga