¿Cómo podemos explicar que en el siglo XXI aún estemos peleando contra la discriminación en nuestra sociedad? ¿Cómo es posible que exista tanto racismo después de tantos artículos, videos y conversaciones sobre cómo esto afecta al ser humano? ¿Cómo es posible que aún no hayamos encontrado una solución a un problema tan degradante como este? ¿Será que algún día tendremos respuesta al clamor agonizante de esos que son víctimas de la discriminación racial?
No hay respuesta que pueda calmar la voz de los que sufren por discriminación racial. Creo que el mismo compromiso que hizo este país para poner un hombre en la luna en los años ’60, cuando el movimiento de derechos humanos estaba en su apogeo, se debe hacer para erradicar la discriminación racial. En 1980, la Organización Mundial de la Salud declaró erradicada la viruela. Esto se hizo realidad por un esfuerzo mancomunado de expertos de todo el mundo. Si la humanidad se ha unido para alcanzar logros incalculables, se ha esforzado para erradicar enfermedades destructivas como la viruela y muchas otras, ¿cómo es posible que aún no se haya erradicado la enfermedad crónica del racismo, que afecta a millones de personas discriminadas en el planeta?
En este blog no pretendo minimizar las respuestas a preguntas complejas como estas, pero si deseo alzar mi voz y tratar de proponer soluciones a un problema que parece no terminar. Albert Einstein dijo que, si tuviera una hora para salvar al mundo, lo resolvería de esta manera: pasaría cincuenta y cinco minutos definiendo el problema y solo cinco minutos encontrando la solución. La verdadera lección del enfoque de Einstein para esta técnica de resolución de problemas es que debemos pasar mucho más tiempo asegurándonos de haber definido el problema de manera adecuada y completa, y menos tiempo buscando soluciones prácticas.
Uno de los problemas latentes que experimenta nuestra sociedad es que los cambios que se han intentado hacer para erradicar el racismo como enfermedad crónica han sido cambios de primer orden. En la terapia sistémica se habla de dos tipos de cambios: cambios de primer orden y cambios de segundo orden. El cambio de primer orden se refiere a un cambio evolutivo y de adaptación, en el cual se cambian las características del sistema, pero su naturaleza fundamental sigue siendo la misma. En el cambio de segundo orden se experimenta un cambio revolucionario y fundamental, en el cual se altera en forma significativa la naturaleza del sistema.
Los cambios de primer orden para erradicar el racismo son: hablar de mejores condiciones de trabajo, más programas gubernamentales para las minorías, más protestas en las calles para demandar justicia y cambios en el conocimiento sobre el racismo existente. Todos estos cambios de primer orden son importantes, pero nunca traerán el cambio que demandan las voces de hombres y mujeres que a diario dicen “no puedo respirar”.
Si quisiéramos ver cambios que puedan erradicar de una vez la discriminación racial, debemos volcarnos a promover cambios de segundo orden; cambios que sacudan los cimientos de nuestras creencias y perspectivas sobre la vida. Necesitamos ver cambios en la actitud de las personas, cambios en la cosmovisión del ser humano.
Si queremos tener una sociedad diferente en contra de cualquier discriminación racial, los cambios de segundo orden que debemos ver deben comenzar en el hogar. La discriminación racial se erradica en el hogar. El tratar de erradicar la discriminación racial en las calles o en las urnas gubernamentales es buscar soluciones usando cambios de primer orden.
Ese policía que colocó su rodilla en el cuello de George Floyd aprendió en su hogar que las minorías son inferiores a él a través de los comentarios que hacían sus padres sobre las minorías: la línea que él vio desde muy pequeño que los dividas de la minorías; las burlas, sarcasmo y comentarios déspotas que ese joven aprendió luego con sus amigos en la escuela. Todo esto fue influyendo en el carácter que esa persona desarrolló y que terminó llevándolo a cometer un acto criminal.
Y no solo eso, estoy muy seguro de que esas creencias que ese policía recibió en su hogar, que lo convirtieron en un racista, no fueron simplemente influidas por sus padres, sino que es muy probable que hayan corrido por generaciones en su familia, porque nadie tuvo nunca el valor de levantarse y romper esa maldición generacional de desigualdad e injusticia.
Si te unes a mí para buscar cambios de segundo orden debemos hablar de padres que les enseñan a sus hijos que todos somos miembros de una familia, la familia de Dios. Tenemos un mismo Creador que nos creó a todos por igual. Todos cargamos con la misma sangre. Debemos ver a las familias abrigando personas con diferencias culturales o étnicas que permitan romper las barreras de desigualdad.
Los cambios de segundo orden comienzan en las iglesias. Sí, las iglesias, porque incluso, a pesar de todo el conocimiento que tenemos sobre el racismo, seguimos luchando con divisiones dentro de círculos religiosos que reflejan la continuidad de un problema sin resolver. Debemos predicar más de este asunto. Enseñar más y confrontar más la injusticia.
Los cambios de segundo orden comienzan en las escuelas. Escuelas que no toleren ninguna discriminación racial; escuelas que miren a todos los estudiantes por igual y no discriminen a la minoría. Estoy hablando sobre cambios en el corazón, no cambios de la boca para fuera.
Jesús ejemplificó estos cambios de segundo orden cuando se sentó a hablar con la mujer samaritana, rompiendo los paradigmas que existían en su sociedad sobre este grupo étnico. A Él no le importó lo que dijeran otras personas; o le importó su reputación. Él simplemente alzo su voz y desafió las creencias existentes sobre la discriminación racial y se unió a los que dicen “no puedo respirar”. El cambio que trajo Jesús fue tan influyente en sus días, que muchos samaritanos le siguieron y sus discípulos aprendieron a ver a los marginados de una forma diferente. Jesús prestamente, sanó gentiles y alabó su fe (Mateo 8: 5-13; 15: 22-28) y enseñó a su iglesia a hacer lo mismo (Hechos 10-11). El ministerio del apóstol Pablo fue para los gentiles. Lo inclusivo del mensaje de Jesús se resume en Gálatas 3:28: «Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús. »
Tristemente, muchos han torcido las enseñanzas de la Biblia para tratar de justificar los temores y prejuicios humanos. Algunos consideran que la «maldición de Ham» es una excusa para odiar a los afrodescendientes. Otros insisten en que los judíos fueron responsables de la muerte de Jesús y merecen nuestro escarnio. Ambos puntos de vista son evidentemente falsos. La Biblia nos dice que el juicio de Dios no se basa en las apariencias, sino en lo que está dentro del hombre (1 Samuel 16:7), y quienes juzgan según las apariencias lo hacen con intenciones inicuas (Santiago 2:4). En cambio, debemos tratarnos unos a otros con amor (Santiago 2:8), independientemente de la etnia (Hechos 10:34-35) y la posición social (Santiago 2:1-5). El amor cristiano niega todos los prejuicios y la Biblia condena el racismo.
Te desafío a alzar tu voz contra toda discriminación racial y unirte a muchos que tratan de decir con lágrimas en los ojos “no puedo respirar”. De la misma forma como la voz de la sangre de Abel clama a Dios desde la tierra (Genesis 4:10), los actos inicuos de injusticia y desigualdad siguen clamando ante el trono de la gracia por justicia y equidad. Un día Dios hará justicia y traerá venganza. La pregunta que te hago es la siguiente: ¿de qué lado estarás tú? ¿Estarás del lado de los que rompieron los paradigmas para unirse a la voz de los marginados y de los que sufrían o simplemente te dejarás llevar por la corriente humanista que trata de justificar la indolencia humana? Alza hoy tu voz y únete a los que dicen “no puedo respirar”. Me gustaría que compartas conmigo los cambios que propones para ayudar a eliminar cualquier discriminación.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]