El evangelio de San Marcos en el capítulo 4:35-40 presenta una crisis similar a la que todos aquí, hoy, estamos experimentando. El versículo comienza a relatar la historia de esta forma: “Aquel día, cuando llegó la noche”. A todos nos llega la noche en algún momento de la vida. Esa noche llega después de un día en el que la paz y la tranquilidad despejan toda preocupación, pero todo cambia drásticamente al atardecer.
No hay duda de que la noche ha llegado a nuestras vidas. ¿Cómo ha llegado la noche a tu vida? Puede haber llegado en forma de una crisis. Hay diferentes tipos de crisis: crisis situacionales o crisis de desarrollo. Las crisis situacionales son los problemas y/o conflictos que nos llegan a la vida de forma inesperada. Las crisis de desarrollo son aquellas que experimentamos producto del desarrollo emocional o, el ciclo familiar o personal que estamos experimentando a través de las diferentes estaciones que transitamos en la vida.
Ahora la historia toma un color muy atractivo, porque a pesar de que había llegado la noche para Jesús y sus discípulos, Él los invita a pasar a la otra orilla. Hay cosas que Jesús hace que no tienen sentido para el ser humano. Cada vez que Él hace algo que no tiene sentido, es porque quiere enseñarnos una lección. La travesía en el lago de Galilea era muy incierta por muchas condiciones. La posición que tenía el lago podía levantar tormentas de forma inesperada. Ellos no tenían los instrumentos de navegación que existen hoy en día. La experiencia era lo que podía hacer la diferencia. Pero, a pesar de las desventajas que tenían ante la noche que había llegado a sus vidas, Jesús los invitó a “pasar a la otra orilla”.
En medio del coronavirus que ha llegado en la noche fría de nuestras vidas, Jesús nos invita a pasar a la otra orilla. Esta expresión, “pasar a la otra orilla” está muy conectada con la experiencia del pueblo de Israel cuando fue también desafiado a “pasar a la otra orilla” en su travesía hacia la Canaán terrenal. Hoy, en nuestra travesía también hacia la Canaán Celestial, Dios nos invita a pasar a la otra orilla: la orilla de la liberación, de la victoria final, a orilla de la Canaán Celestial.
Es interesante notar que a pesar de la linda invitación que Jesús les hace a sus discípulos de pasar a la otra orilla, la tormenta llega. Y te preguntas con todo el derecho, ¿Acaso yo no estoy obedeciendo la orden de Jesús de pasar a la otra orilla? ¿Cómo es posible que se levante una tormenta obedeciendo la orden de Jesús? Y no solo eso, con Jesús en medio nuestro. Éstas preguntas son muy válidas. La verdad es que aceptar la invitación de ser un discípulo de Jesús y avanzar hacia la otra orilla no nos hace immunes de experimentar tormentas en nuestra travesía.
Es más, Jesús nos dice que es normal que las tormentas lleguen a nuestras vidas mientras transitamos por las aguas turbulentas hacia la otra orilla. “En el mundo tendréis aflicciones”, dice Jesús. ¿Y no es eso lo que estamos experimentando hoy? Estamos afligidos por la tormenta que se ha levantado en nuestras vidas y amenaza con destruirnos. Esta tormenta ha llegado en la forma del coronavirus; Un virus mortífero que ha destruido ciudades, sistemas y hoy amenaza con hundir nuestras vidas; Un virus que tiene al país más poderoso del mundo paralizado sin saber cómo comportarse ante la crisis. Nunca hemos experimentado una crisis tal como ésta y el problema no está simplemente en la tormenta, sino en la incertidumbre que trae el coronavirus.
Ahora, ¿Cómo podemos vivir en medio de la tormenta del coronavirus? Si vamos al texo bíblico en discusión vemos las dos actitudes que podemos tomar; Vemos a los discípulos ansiosos y desesperados porque tienen temor de perder sus vidas. Y por otro lado, vemos a Jesús que duerme en medio de la tormenta. ¿Cómo es posible que se pueda tener dos reacciones tan diferentes en medio de una tormenta?
Todo radica en la forma cómo tú interpretas la tormenta o la crisis que llega a tu vida. Tus pensamientos definen como vas a interpretar tu realidad, tu crisis. Y, si profundizamos un poco más en este concepto, encontraremos que nuestros pensamientos definen nuestras emociones y comportamientos. Epíteto dijo: “nos alteramos no por los eventos, sino por la forma cómo interpretamos los eventos”. Es decir, que la forma cómo yo interpreto la tormenta que estoy experimentando, va a influir en cómo yo me voy a sentir y cómo voy a comportarme ante la misma.
Regresemos a la embarcación en donde está Jesús y sus discípulos, enfrentando la tormenta que le había llegado en su noche oscura. Ante la tormenta, los pensamientos que tienen los discípulos son pensamientos de peligro, incertidumbre, amenaza y muerte. Esos pensamientos producen emociones que no son difíciles de descifrar; Emociones tales como miedo y angustia ante la amenaza de la tormenta. Y, es por eso que se comportan de forma desesperada, ansiosa y tratan por sus propios medios de buscar solución al problema, separados de Jesús.Ahora, analicemos la reacción de Jesús que está en la misma embarcación y experimenta la misma tormenta que los discípulos. ¿Cuáles son los pensamientos que tiene Jesús ante la tormenta? “Mi Padre Celestial está en control de mi vida, no tengo nada que temer”. Esos pensamientos produjeron emociones de serenidad, paz y seguridad. Y, su comportamiento entonces era obvio, en medio de la tormenta, Jesús dormía.
Dime, ¿Quién puede dormir en medio de la tormenta? Entonces, ¿qué podemos decir que hacía la diferencia entre la emoción y el comportamiento de los discípulos y el hecho de que Jesús estaba durmiendo? La diferencia no la hacía la tormenta, porque ambos grupos experimentaron la misma tormenta. La diferencia estaba en la forma cómo ellos la interpretaban. Los discípulos la interpretaron como una amenaza para sus vidas. Jesús la interpretó como una oportunidad para confiar más en su Padre Celestial que cuidaba de Su vida.
Te pregunto ante la noche que ha llegado a tu ser, ¿cómo interpretas la tormenta del coronavirus? Porque los pensamientos que tengas sobre este fenómeno van hacer la diferencia entre si estarás ansioso y desesperado, o en paz y tranquilidad como lo estaba Jesús.
Te quiero dejar cinco consejos. Estos consejos están en la forma como Pablo decidió interpretar las tormentas que llegaron en sus noches oscuras. Él dice en Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”.
- Etiqueta la emoción. La emoción que estás experimentando, sea tristeza, angustia, dolor, colócale un nombre.
- Identifica los pensamientos que te llevan a experimentar esas emociones negativas o positivas. Pregúntate, ¿piensas en lo que es honesto, justo, puro, amable, de buen nombre? No puedes hacer cambios hasta que no estés consciente del pensamiento tóxico que te está llevando a experimentar la emoción y el comportamiento que tienes.
- Enfócate en cambiar tus pensamientos. En otras palabras, cambia tu forma de pensar porque tus pensamientos son los que definen tus emociones. En vez de pensar en las mentiras que Satanás te ha llevado a creer, piensa en las verdades eternas que tenemos en las promesas de Dios. Primero, analiza cuál es la tormenta, crisis o problema que te lleva a experimentar el pensamiento que tienes. Entiende, que tú no puedes jamás cambiar las tormentas o crisis que te lleguen a la vida, solo puedes cambiar las formas cómo interpretas esas experiencias para poder experimentar emociones diferentes. Nuestro mayor problema radica en querer controlar lo que solo Dios puede controlar. Esa es la fuente de mayor estrés que experimentamos en nuestra vida.
- Agradece a Dios por lo que te ha dado. En vez de quejarte por lo que has perdido en medio de la tormenta, decide confiar en lo que tienes. Haz una lista de todas las cosas que Dios te ha dado. Descubrirás que siempre tienes más cosas por las cuáles estar agradecido en comparación con las cosas que crees que te faltan.
- Echa toda tu ansiedad sobre Dios porque Él tiene cuidado de ti.
El final de la historia de la tormenta que experimentas hoy estará definido por la forma cómo tú decidas interpretarla. Los discípulos pensaron en muerte y dolor; Jesús pensó en paz y seguridad, porque su Padre estaba a su lado. El final, un Jesús que se levanta y calma la tempestad. Hoy, tú puedes levantarte al igual que Jesús y calmar la tempestad, porque tu Dios está a tu lado como poderoso gigante y nada podrá hacerte daño sin su permiso.